A seis meses del terremoto,
Quiero hacer esta reflexión en memoria de las mujeres haitianas que han sido símbolo de la resistencia y a las cuales la historia se ha empeñado en opacar. A Victoria Mantou, conocida como Toya, quien tomo parte activa en la liberación haitiana de 1804. A las propulsoras del feminismo haitiano, Sanite Belaire, Guillonet Charlot, Cecile Fatima. A Miriam Merlet, Ann Marie Cariolan, Magali Marceli y a todas las mujeres haitianas.
Las fuerzas políticas transnacionales ven a Haití como un Estado en Subasta, un centro de bolsa de valores, una compañía por acciones, quien más aporte, tiene más acciones. Por ejemplo, este ha sido el criterio para conformar la Comisión Interina de Reconstrucción.
Haití no está en venta, forma parte de los cuestionamientos que han hecho las mujeres haitianas a ese esquema mercantilista de reconstrucción.
Las organizaciones sociales y de mujeres han cuestionado la falta de democracia que ha primado en el proceso de reconstrucción y la marginación con que se ha llevado a cabo. Apuntando hacia la necesidad de un nuevo paradigma de reconstrucción.
Un modelo de reconstrucción, que parta del reconocimiento de la historia del pueblo haitiano y de su resistencia. Como plantea Clorinde Zephir, un modelo de reconstrucción que tome en cuenta su riqueza inmaterial, cultural y natural, la fuerza vudú. Mirian Merlet también decía en una entrevista de Evandro Bonfim en el 2004, “Nuestra cultura es fuertemente impregnada de herencia africana, marcada por la cultura vudú, única en sí misma. A través de esta herencia, podemos construir puentes para una realidad mejor”
La cultura Vudú es parte consustancial de la historia de resistencia y de liberación del pueblo haitiano. Sus tradiciones y cultura se conjugan con la política y las transformaciones sociales. Ningún hecho histórico o político en Haití ha estado al margen de esa cosmovisión y por tanto, cualquier proyecto de reconstrucción que no lo tome en cuenta está encaminado al fracaso.
La tesis de un estado fallido, un estado inviable, con la cual, ya antes del terremoto las élites de poder global habían sentenciado a Haití, subyace en el modelo de cuasi ocupación a que lo tienen sometido. Los grandes intereses económicos son los que están marcando el proceso de reconstrucción. La tragedia de Haití es el nuevo paraíso para el gran capital. Es la gallina de los huevos de oro.
A seis meses del terremoto, la promesa de los 11,000 millones de dólares, no ha logrado garantizar un espacio digno para los 1.6 millones de personas que viven en refugios. Que tienen como pared una sábana vieja, una lona, o una carpa.
No han sido suficientes para garantizar la dignidad de las mujeres y las niñas, asegurándoles un lugar cerrado y seguro donde hacer sus necesidades fisiológicas.
La promesa de los 11,000 millones de dólares, no ha sido suficiente para garantizar un mínimo de iluminación en los refugios y de esa manera mantener un poco de seguridad para las mujeres y las niñas. Los testimonios de las mujeres refieren el nivel de inseguridad y el temor que sienten cuando la noche se adueña de los refugios.
Esa promesa de 11,000 millones dólares, no ha bastado para separar a la población de los 20 millones de metros cúbicos de basura. Que amenaza con convertirse en un nuevo terremoto de epidemias.
No han sido suficiente, para ubicar a los 1.2 millones de desplazados, mayoría mujeres. María Suarez, les llama dislocados. Sin techo, sin empleo, sin comida, sin rumbo.
Esos 11,000 millones de dólares, no han sido suficientes para evitar que las mujeres se embaracen para tener acceso a un poco de leche.
No han sido suficientes para enfrentar, prevenir y dar respuestas a las violaciones y violencia sexual de que son objeto cada día las mujeres y las niñas en campamentos y comunidades de desplazados.
Esas promesas de 11,000 millones de dólares, no ha servido para sacar a la población del trauma post tragedia, el miedo, la ansiedad y para su recuperación terapéutica.
No han sido suficientes para evitar que mujeres, niñas y adolescentes, se tengan que ver obligadas a prostituirse por comida y una carpa.
No han servido para garantizar atención a los cientos de niñas y niños huérfanos y abandonados que deambulan por los escombros.
No han servido para enfrentar el hambre y la falta de agua y medicina.
Tampoco han servido para garantizar cuidado a las 200,000 mujeres embarazas o recién paridas, al momento del terremoto.
No han alcanzado para asegurar a las mujeres métodos anticonceptivos, que les permitan prevenir embarazos, así como tampoco para ofrecerles servicios especiales de atención post aborto.
No han sido suficientes para adoptar medidas que contribuyan a reducir la carga de trabajo de las mujeres. Las cuales han tenido que sustituir la falta de centros para la atención a los cientos de mutilados, a los enfermos, a la falta de servicios en los refugios.
No han alcanzado para consultar e involucrar al pueblo en el proceso de reconstrucción, para preguntar a la población sobre sus necesidades, sobre el modelo de reconstrucción que quieren.
No han alcanzado para costear y etiquetar recursos para atender las demandas de las mujeres, de manera que se puedan involucrar activamente en el proceso de reconstrucción y evitar reconstruir sobre las mismas bases de desigualdades.
Esos millones de dólares, no han alcanzado para desarrollar una mínima infraestructura, que permitan prevenir y enfrentar las amenazas y riesgos en que se encuentra el pueblo haitiano por la entrada en vigencia de la temporada ciclónica.
No han alcanzado para reconocer la participación del propio pueblo, ayudando a su pueblo, de las mujeres ayudando a las mujeres. No han alcanzado para respetar la soberanía del pueblo haitiano.
Frente a este fracaso, se impone un nuevo paradigma de la solidaridad. La solidaridad como un espacio transformador, como un terreno donde hacemos unas apuestas para acompañar. No la solidaridad como una forma de acallar conciencia, como un cumplido humanitario, sino la solidaridad como una corriente de fuerzas estratégicas y alianzas que se tejen para enfrentar una realidad circular que de alguna manera nos toca y nos impacta a todas.
La solidaridad feminista con el pueblo y con las mujeres haitianas, hoy se hace más necesaria que nunca. Porque a seis meses del terremoto, la situación es aún peor.
A seis meses del Sismo, la solidaridad feminista supone nuevos desafíos.
1. Denunciar a nivel internacional la exclusión de la población y de las mujeres en que se centra el modelo de reconstrucción.
2. Demandar que sean costeadas y etiquetadas las necesidades de las mujeres con un porcentaje de las donaciones.
3. Fortalecer las relaciones y vínculos con las organizaciones feministas y de mujeres de Haití, con miras a acompañarlas en su proceso de recuperación y fortalecimiento.
4. Promover nuevas iniciativas de solidaridad feminista con las mujeres haitianas.
5. Divulgar a nivel internacional la violación a los derechos humanos de que están siendo víctimas las mujeres haitianas.
6. Acompañar a las mujeres haitianas en su proceso de reconstrucción de su memoria histórica.
7. Promover espacios de diálogos para intercambiar, y conocer las propuestas de las mujeres haitianas sobre la reconstrucción del país.
La historia de rebeldía y resistencia de las mujeres haitianas, nos da la certeza de que ellas se levantarán y enfrentarán con sus manos y su corazón el terremoto del patriarcado y del neoliberalismo, solo necesitan que nos cojamos de las manos con ellas.
Sergia Galvan
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